Ir al contenido principal

Yo voy soñando caminos

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero…
-la tarde cayendo está-.
“En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
“ya no siento el corazón”.

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
“Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada”.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuando llegues a amar

Cuando llegues a amar, si no has amado, Sabrás que en este mundo Es el dolor más grande y más profundo Ser a un tiempo feliz y desgraciado. Corolario: el amor es un abismo De luz y sombra, poesía y prosa, Y en donde se hace la más cara cosa Que es reír y llorar a un tiempo mismo. Lo peor, lo más terrible, Es que vivir sin él es imposible

Los Ojos del Crepúsculo

Como en un fondo de agua ligera, honda y tranquila, En lo azul de la tarde reposan las campañas. Y a la estrella que entreabre su lúcida pupila, La sombra de la noche le tiembla en las pestañas. Una obscuridad leve va alisando la hierba Con la habitual caricia de la mano en el pelo; Y en su última mirada lleva la tierra al cielo, La sumisa dulzura del ojo de la cierva. El azul de la tarde quieta es el cielo mismo Que a la tierra desciende, con deliquio tan blando, Que parece que en ella se aclarara su abismo, Y que en su alma profunda se estuviera mirando. Y cuaja en el rocío que a la vera del soto Lloran los ojos negros de la hierba nocturna; Y contempla en el seno del agua taciturna, Y dilata más lentos los párpados del loto. Y cristaliza, a modo de témpanos, los muros De la casita blanca que con su puerta mira La paz de las praderas; y suavemente expira En la noble tristeza de tus ojos obscuros.

El Primer Beso

Yo ya me despedía… y palpitante cerca mi labio de tus labios rojos, «Hasta mañana», susurraste; yo te miré a los ojos un instante y tú cerraste sin pensar los ojos y te di el primer beso: alcé la frente iluminado por mi dicha cierta. Salí a la calle alborozadamente mientras tú te asomabas a la puerta mirándome encendida y sonriente. Volví la cara en dulce arrobamiento, y sin dejarte de mirar siquiera, salté a un tranvía en raudo movimiento; y me quedé mirándote un momento y sonriendo con el alma entera, y aún más te sonreí… Y en el tranvía a un ansioso, sarcástico y curioso, que nos miró a los dos con ironía, le dije poniéndome dichoso: -«Perdóneme, Señor esta alegría.»